Viajar a Japón es como viajar al futuro o a otro planeta. Aunque pueda sonar a tópico, lo cierto es que hasta que no estás allí, no eres consciente del choque cultural.
Y es que Japón es un país fascinante, que hace de una rutina, un ritual con una exquisita sensibilidad y estética, y que demuestra un enorme respeto hacia su tradición, presente en cada aspecto de la vida. Es precisamente todo esto, el imán que tienen este país y lo que motivó mi viaje.
Estuve 11 días en el país y visité Tokio, un pueblo a los pies del Fujiyama, Kawaguchiko, y la ciudad imperial de Kioto. Creo que son suficientes días para ver lo principal de estas dos ciudades y hacer una excursión de un día (al Fuji, Osaka o Nara). No obstante, para ir con más tranquilidad recomendaría estar hasta 15 o 20 días y una buena planificación y organización de cada día. Las distancias son enormes, sobre todo en Tokio, y se puede perder mucho tiempo en desplazamientos.
Una premonición y mi encuentro con Don Quijote
En cuanto llegué al aeropuerto de Narita, en Tokio, fui a Correos (el japonés) a recoger el WiFi portable que contraté online previamente para tener Internet en todo momento en cualquier parte de Japón. De ahí, cogí el tren utilizando el JR Pass (muy útil e imprescindible para viajar en Japón) que me dejó en la céntrica estación de Tokio para después coger un taxi y empezar a explorar la ciudad.
JR Pass es un pase que permite hacer viajes ilimitados en los trenes de la compañía JR por prácticamente todos los lugares de Japón. Hay diferentes pases y se adquiere a través de su web. En realidad, lo que recibes en casa es una orden de intercambio y una vez que llegas a Japón tienes que canjear la orden por el pase propiamente dicho en los aeropuertos principales y estaciones de tren.
Fui directamente al templo Sensoji en Asakusa, estaba abarrotado, lleno de locales y turistas. Desde la entrada o puerta principal hasta la segunda puerta se extiende la calle Nakamise con puestecillos de souvenirs y comida. También antes de llegar al edificio principal hay unas tiendecitas que venden productos del templo como amuletos, incienso, caligrafía hecha por los monjes del templo y hay muchos puestos de papelitos de la fortuna, omikuji. Observé a unas señoras cómo lo cogían. Al darse cuenta de mi presencia (mi mochila de 50 litros me delató), me invitaron a hacer lo mismo: agitar una caja de metal para sacar un palito con el número del cajón de un pequeño mueble de donde tenía que coger el papelito. ¿El resultado? Tendría una suerte regulera.
Alrededor del edificio hay otros sagrados, pagodas y jardines menos concurridos que puedes recorrer dando un agradable paseo.
Después de Sensoji, fui caminando y a la aventura (el omikuji no se equivocaba: mi WiFi portable dejó de funcionar) hasta el hostal en el que me iba a alojar. Guiándome solo con un pequeño mapa que aparecía en las hojas que imprimí de la reserva, sorprendentemente llegué al hostel. Un alojamiento un poco cutre (vale, no, muy cutre), pero que era de los pocos económicos, bien situados y que no eran una cápsula.
Tras instalarme, di un paseo bordeando el río Sumida hasta llegar a la Tokyo Skytree Tower y el llamativo edificio de la popular cerveza nipona Asahi, diseñado por el francés Philippe Starck. La torre es la estructura más alta de todo Japón y se puede acceder a sus miradores y al complejo comercial que alberga.
Llegó la hora de cenar y me acerqué al centro de Asakusa. Se le considera uno de los barrios más tradicionales de Tokio y es famoso por sus restaurantes de tempura e izakayas. Su calle más famosa, Hoppy Dori, está repleta de estos locales japoneses. Pero lo que más me sorprendió fue encontrarme con las gigantescas letras de neón “Don Quijote” que iluminaban una calle ya semidesierta. El Donki, que es así como se le conoce, son unos grandes almacenes enooooormes con artículos de todo tipo, desde accesorios de lujo hasta alimentos, pasando por electrodomésticos, ropa, muebles, etc. Y, además, ofrecen grandes descuentos en todas las secciones, por lo que es una cadena muy concurrida tanto por locales como por turistas.
Templos y tecnología
Al día siguiente, fui directa a parque Ueno. Es uno de los más grandes de la ciudad porque reúne muchos museos como el Museo Oriental, el Museo Nacional de Ciencias, el Museo Nacional de Arte Occidental o la Galería Metropolitana de Arte de Tokio; además de templos, santuarios, estatuas y hasta el zoo.
Sin embargo, creo que lo más impresionante son los más de 1000 cerezos que hay en el parque. Fui durante la época de floración y estaba repleto de grupos disfrutando de sus picnics bajo los árboles. El ambiente era muy animado e incluso había puestecillos de comida rápida donde conseguí comer con palillos y con la dignidad suficiente, unos escurridizos noodles.
Para tener un viaje más llevadero, disponer de Internet es fundamental. Existen varias maneras si quieres estar permanentemente conectado: las tarjetas SIM con conexión de datos o los pocket WiFi o WiFi portable (una especie de router inalámbrico). Recomendaría la segunda opción porque la conexión de datos es ilimitada.
Uno de los imprescindibles es el Santuario Toshogu impresionante y exuberante por igual por sus grandes cantidades de pan de oro que lo cubren. La puerta principal tiene decoraciones doradas preciosas con forma de flores y pájaros y el camino de acceso al santuario está marcado por unas 50 lámparas de bronce.
También vi el templo Kiyomizu Kannon-doa, el estanque Shinobazu, el templo Bentendo y el Museo Metropolitano de Arte de Tokio, en concreto una exposición de caligrafía japonesa, no entendía nada y era bastante aburrida, pero era la única gratuita.
Tras pasar toda la mañana en Ueno, me dirigí al barrio más psicodélico de la ciudad: Akihabara. El barrio es sinónimo de la tecnología, el manga, lo extravagante, los otakus, los maid cafés. Y es que Akihaba es el mejor lugar para comprar las últimas novedades en tecnología y videojuegos.
Recomiendo que no te quedes solo en los centros comerciales y en las tiendas más grandes y vistosas y vayas por las callejuelas llenas de pequeñas y antiguas tiendas de electrónica. Puede que te encuentres con alguna tienda interesante donde encuentres un souvenir original, una buena idea para regalar realmente única.
Finalmente, acabé el día en Roppongi. Un barrio cosmopolita y lujoso, que concentra tiendas de marca, restaurantes con estrellas Michelin, hoteles, oficinas, museos y muchas opciones de ocio, desde karaokes hasta clubs abiertos hasta muy tarde.
De esta zona me interesaba principalmente subir al mirador Tokyo City View, en el edificio Mori Tower porque dicen que es uno de los mejores lugares para tener una vista panorámica de Tokio. El mirador consta de en dos partes principales: la plataforma de observación interior, y el mirador exterior Sky Deck en la azotea. No obstante, en la planta inferior al mirador hay el Museo de Arte Mori desde donde también es posible ver la ciudad al mismo tiempo que admiras obras de arte contemporáneo. Lo digo por experiencia ya que cuando fui el mirador ya estaba cerrado (no recuerdo bien el motivo) y visite la galería. De ahí mi recomendación: aunque parezca obvio, hay que comprobar horarios de las visitas con tiempo ya que pueden sufrir modificaciones por motivos excepcionales, cambios de última hora….
Cerca Torre Mori en Roppongi Hills, está la Tokyo Tower o la torre Eiffel japonesa. También tiene miradores y en sus plantas hay bares y tiendas de souvenirs, aunque lo más llamativo es su iluminación que va cambiando según las estaciones, conmemoraciones y otros eventos importantes.
Dos imprescindibles de la ciudad
Mi tercer día en Tokio fue maratoniano. Empecé en el antiguo mercado de pescado Tsukiji… tarde. Y es que para ver las subastas de pescado tenía que estar ahí entre las 5:00 y las 6:15 de la mañana y registrarse previamente. Y cuando estoy de vacaciones cumplo a raja tabla una regla: no madrugar (a menos que sea imprescindible).
En 2018 el mercado interior cerró definitivamente sus puertas y se trasladó en el mercado de Toyosu. El nuevo tiene pasarelas y miradores para ver desde lejos la subasta del atún sin registrarse ni hacer cola. Eso sí, se mantienen los mismos horarios, hay que estar antes de las 6:00.
Pese a que no es necesario hablar japonés para visitar Japón, sí que es útil llevar una guía del idioma o aprender algunas expresiones básicas para interactuar y desenvolverse mejor en algunas situaciones. El nivel de inglés en Japón es bastante bajo, aunque los japoneses son muy amables y harán todo lo posible para hacerse entender.
Volviendo a mi viaje, cuando llegué estaba bastante desierto lo que es el mercado interior, donde hay todos los vendedores de pescado. Sin embargo, las calles que lo rodean estaban a rebosar, y es que el mercado exterior está lleno de tiendas y restaurantes, muchos abiertos desde las 5 de la mañana, donde puedes comenzar el día desayunando sushi. Si esta idea no te convence, en este artículo te cuento qué platos debes probar en Japón más allá del sushi.
Casi pegado al mercado de Tsukiji están los jardines de Hamarikyu, famosos por su estanque de agua salada. Los jardines son un oasis de tranquilidad en la ciudad, ideales para dar un paseo y admirar la belleza de su paisaje. Todo un espectáculo sobre todo cuando los árboles están en flor. Para mí, fue de lo mejor del viaje porque fue una sorpresa, no me esperaba un jardín tan grande, tan bien cuidado y que logra transportarte a otro lugar fuera de la ciudad.
Después fui al Palacio Imperial de Tokio. Poco puedo contar porque solo pude verlo desde fuera. El Palacio es la residencia oficial de la familia imperial japonesa y, cuando yo fui, tan sólo se podían visitar los terrenos interiores del Palacio Real a través de visitas guiadas que debían reservarse con antelación. Pero desde 2016 no hace falta registrarse con antelación y se aumentó el número de visitantes por día.
Impulsada por mi mitomanía, fui hasta el barrio de Shinjuku en busca del hotel de la película “Lost in translation”. No sé muy bien qué esperaba hacer o ver, quizás solo por estar en el escenario donde grandes del cine han filmado. El alojamiento es el Park Hyatt Tokio y desde el estreno de la película, muchos viajeros se acercan a tomar una copa o a cenar. Yo me limité a verlo desde fuera (quién sabe, quizás algún día pueda hacer un artículo sobre el hotel). Mi recomendación es que, a menos que entréis, no vayáis solo para quedaros delante de la puesta como hice yo, no esperéis que salga Scarlett Johansson o Bill Murray.
Mi próximo destino fue el parque Yoyogi. Es un gran pulmón verde en la ciudad que tiene zonas de bosque, un estadio, un escenario al aire libre, grandes esplanadas, fuentes, pequeños estanques, las zonas ajardinadas, etc. En él también se encuentra el santuario Meiji, dedicado al primer emperador del Japón moderno, el emperador Meiji y su esposa, la emperatriz Shoken.
Para mí es una visita obligada donde poder disfrutar de su arquitectura y relajarse paseando por los senderos del bosque, pasar por debajo de sus grandes torii de madera, lanzar algunas monedas en la caja de ofrendas, ver una boda sintoísta (como en mi caso), comprar algún omikuji,…
El colofón a este día tan movidito (fue el día que hice más viajes en metro y en el que pude constatar que existen guardias que te empujan en los vagones del metro) fue Shibuya. Como no podía ser de otra manera, el famoso paso de peatones y la estatua a Hachiko, eran mis prioridades.
El cruce se puede pasar en cualquier dirección y así ir de cualquier punto a cualquier otro. Tras cruzarlo fui al café Starbucks situado enfrente de la estación, para ver desde una posición más elevada el cruce y hacer fotos. No obstante, el Starbucks no es el único lugar desde donde ver el famoso cruce. Por ejemplo, desde 2018 es posible acceder al mirador del centro comercial Shibuya 109.
El barrio está lleno de centros comerciales, tiendas, bares y restaurantes. Siempre está lleno (como casi todo Tokio), pero si realmente quieres conocer de cerca las tendencias de la moda japonesa, este barrio es el epicentro.
De visita al monte Fuji
En mi cuarto día en Japón rompí una de mis normas de viaje y me desperté bastante temprano para ver un entrenamiento de luchadores de sumo. Para ello, me desplacé hasta el Arashio Beya para presenciar la práctica matutina, llamada keiko. El lugar está en una calle estrecha y a través de los grandes ventanales del gimnasio es posible observar cómo entrenan.
La práctica carece de la ceremonia de lanzamiento de sal y el espectáculo de un torneo de sumo real. No obstante, esa visión cotidiana de la vida de los luchadores recompensa y alimenta a la voyeur que una lleva dentro.
Una visita que consideraba imprescindible en Japón era ver el monte Fuji. Aunque fui en una época en la que no hay excursiones a la cima, me acerqué hasta el pueblo de uno de sus cinco lagos, Kawaguchiko, desde donde es posible ver el Fuji y hacer algunas actividades como visitar subir a un funicular para ver las vistas del lago Kawaguchi y el pico, disfrutar de varios museos o de los baños termales japoneses, onsen, dar una vuelta al lago en barca, visitar la famosa pagoda Chureito (la que sale en las típicas fotos de promoción del país con la montaña al fondo) o pasar un día en el parque de atracciones Fuji-Q.
Si tienes pensado hacer una excursión al Fuji, infórmate antes del estado del cielo para verlo despejado. Puedes consultar la webcam del Fuji y así valorar si vale la pena ir y reorganizar la ruta.
Mi experiencia no fue muy positiva: aparte de que me puse enferma, los días estaban muy nublados y fue imposible divisar bien el Fuji. A penas había comercios abiertos y ambiente, gente, ni turistas ni residentes, tanto que a veces parecía que caminaba por un pueblo fantasma. Por estos motivos, recomiendo una excursión de un día y tener muy bien planificada la ruta (qué ver, hacer – yo fui un poco a la aventura y demasiado confiada). También dicen que en invierno es más posible divisar el monte Fuji y si alquilas un coche, aprovechas mejor el día ya que se pierde mucho tiempo en trenes y buses.
Kioto: encanto y tradición
Durante los cuatro siguientes días estuve visitando Kioto. La ciudad es mucho más pequeña que Tokio, por lo que es más práctico moverse y ver las principales atracciones. No obstante, es una ciudad que ofrece muchas cosas para hacer y descubrir.
Lo primero que hice en la ciudad fue ir al templo Kiyomizudera que en realidad es un conjunto de templos y recintos religiosos del que solo pude visitar una parte porque pronto iban a cerrar. Muy cerca están las calles de Sannenzaka y Ninenzaka. Preservan las casas de madera y los adoquines de antaño por lo que pasear por estas callejuelas es todo un viaje en el tiempo. Después me aventuré a pasear por la zona y, sin saberlo, acabé en el barrio de geishas de Miyagawacho, aunque no me encontré a ninguna porque ya era bien entrada la noche, cuando suceden los banquetes. De todos modos, disfruté del paseo, de la arquitectura tradicional de las casas de té y las callejuelas iluminadas con las lámparas de papel.
Al día siguiente me levanté bien temprano (otra vez rompiendo mis propias reglas) para ir al templo sintoísta Fushimi Inari Taisha, famoso por sus largos caminos de torii naranjas. Estuve prácticamente toda la mañana porque es muy grande y sin duda lo recomiendo visitar a primera hora para disfrutarlo sin gente.
Por la tarde, di un paseo por los barrios de geishas mas tradicionales y famosos de la ciudad: la calle peatonal de Pontocho y el distrito de Gion aún conservan el encanto del Japón antiguo y es muy probable cruzarse con geishas o maikos. Llegué hasta el santuario Yasaka con sus impresionantes puertas y templos para finalmente dar un salto al parque Maruyama, un lugar ideal para descansar después de patear gran parte de la ciudad. Como fui en época del hanami, bajo los cerezos en flor iluminados había mesas de puestos de comida y bebidas que creaban un ambiente festivo y casi veraniego en todo el parque.
Hay algunas normas y costumbres que son convenientes saber y respetar en Japón como no sonarse la nariz en público, llevar mascarilla si se está constipado, dar dinero con las dos manos y dejarlo en una cestita que tienen para ello, no dejar propina (podría interpretarse como una ofensa), no hablar muy alto en sitios cerrados, etc.
Para disfrutar de toda la zona de Arashiyama, también me levanté temprano. Es otro destino imprescindible de Kioto conocido por su bosque de bambú. Sin embargo, ofrece muchas más opciones para hacer turismo. Puedes visitar el parque de monos de Iwatayama para ver como campan a sus anchas, los templos como el de Tenryuji, Patrimonio de la Humanidad, relajarte en el parque Kameyama-koen, situado al final del bosque de bambú, o dar un paseo en barca o rickshaw. Una visita que, pese a que había bastantes turistas, recuerdo que fue muy agradable por sus bellos paisajes, la naturaleza y tranquilidad que había en las zonas alejadas de las calles principales.
Puedes estar todo un día en Arashiyama pero en mi caso, por la tarde estuve de vuelta a la ciudad para ver otro de sus grandes atractivos. Uno de los templos más icónicos de Kioto es el pabellón dorado o Kinkakuji que recibe este nombre por tener las paredes exteriores recubiertas con pan de oro.
El conjunto del templo y el enclave, frente a un gran estanque y rodeado por jardines, regala una imagen donde cada elemento encaja en delicada armonía. Solo por eso la visita vale la pena además de por el gran valor cultural e histórico que tiene pues cada planta es de un estilo arquitectónico distinto y guarda reliquias sagradas de Buda.
Me quedaron muchas cosas que ver en Kioto como el pabellón de plata, el palacio imperial o el Paseo del filósofo, pero tenía que dejar algo para el próximo viaje.
Una despedida de cine
El ultimo día en el país nipón lo dediqué a hacer cosas un poco frikis: visité los estudios centrales de la televisión TV Asahi porque en el hall hay una pequeña exhibición de sus programas, como Doraemon o Shin-chan, y una tienda con merchandising. La exposición me decepciono un poco, esperaba algo más completo, pero solo había las figuras de los personajes de las series.
Por último, el colofón de mi viaje a Japón fue cenar en el restaurante que se reprodujo en la película Kill Bill vol. 1, donde tiene lugar la mítica pelea con los esbirros de O-Ren Ishii (Lucy Liu). Se llama Gonpachi y es un restaurante al estilo de un izakaya. Aquí es posible degustar platos como varios tipos de arroz, fideos y tallarines, frituras de tempura y otros muy típicos de las tascas niponas. Un lugar que no destaca por su carta ni por su calidad, pero al que va mucha gente por curiosidad y contar la anécdota de haber estado en el restaurante donde cenó y que inspiró a Tarantino.
Japón es tan diferente a lo que conocemos que todo te sorprende, todo te parece que lo ves por primera vez. Y es que hay tanto por descubrir que me fui con la sensación de no haber disfrutado lo suficiente. En parte porque, a pesar de haber estado en las principales atracciones, sentí que lo vi demasiado rápido, a veces incluso con prisa.
Como dije al principio, creo que es un viaje para hacer en unos 15-20 días e incluso diría que en un mes. Me dejé muchas cosas por ver y que tengo en mente para cuando vuelva, pero sin duda nunca olvidaré esta maravillosa experiencia.
Foto de portada: © Tianshu Liu en Unsplash